LA MADRE DE MARÍA

marzo 19, 2021

 

Una vez más, estaba en mi habitación. Escuché detrás de mi espalda un alboroto, un grito que no pertenecía a este plano. Estas palabras quizás te suenen extrañas o quizás sea una expresión ajena a ti, a tu lenguaje. Para mi tampoco eran muy familiares en aquel momento.

Como decía, este alma empezó a brincar de aquí para allá. Si puedes imaginarlo, la escena es realmente graciosa.

Yo giré la cabeza muy despacio. No sabía qué era lo que me iba a encontrar esta vez. Allí, pisoteando mi cama, había una mujer. Vestía como si fuese una aldeana. Tenía grandes caderas y fuertes piernas, cubiertas por  una falda color azul y en los pies, unas alpargatas del mismo color. Tenía bastante pecho y era un alma con una energía muy poderosa.

Le pregunté qué podía hacer por ella, a lo que respondió: “Prepara un café, anda”.

En contra de todos los mitos y leyendas que mi padre me había contado sobre los estragos que hace el café en el crecimiento y desarrollo de los niños,  me resigné a medir para siempre 1,58m a cambio de poder ayudar a las almas. Esa semana me puse ciega de café. Pero no lo preparé sin antes mostrarme severa y decirle que se calmara y dejara de gritar y alborotarlo todo. (Me parece muy importante aprender a poner límites tanto en la tierra como en un plano más astral.)

Asintió.

Llegué minutos más tarde de la cocina con un café humeante en las manos.

No pude evitar reírme al ver semejante estampa. La mujer que hace unos minutos estaba hecha una fiera, yacía tumbada en la cama, boca arriba con las manos juntas sobre el pecho. Respiraba angustiada y lloriqueaba.

El olor del café le ayudó a relajarse y conectarse. Comenzó a explicarme lo que le pasaba.

Comencé a escribir pósit tras pósit tras pósit.

Después llamé a María, su hija, persona a la que necesitaba darle un mensaje de arrepentimiento y apoyo.

Una vez más pasé por el trago de que mi receptor se quedara en silencio. En esos momentos yo miro a las almas y me encojo de hombros. Las almas gesticulan como diciendo: “pero por qué duda.”

Finalmente y tras medio minuto que pareció una eternidad, María pudo articular palabras y concertamos una sesión.

Recibí a María en mi habitación. Lugar que para su madre se había convertido en un hospedaje de lo más cómodo. Salvo porque de vez en cuando asustaba a mis perros, todo fue fenomenal.

María llegó nerviosa. Depositando en mí su confianza e incredulidad. Llegó así el momento de darle un mensaje.

“Bien, pues dime, qué es eso que mi madre necesita decirme.”

Miré a su madre buscando esa respuesta y la muy puñetera aguardó en silencio. Ladeaba su cabeza diciendo que no. No quería hablar.

En ese momento como a cualquier mortal le hubiese pasado, me cagué.

Le expresé a María que su madre no quería mediar palabra pero por favor que no se fuera. Esa mujer estaba tan avergonzada y arrepentida por cómo había tratado a su hija que no podía hablar. La entendí y sin juicios compartí con María los mensajes que había redactado en los pósits.

Días más tarde María me llamó para contarme que había empezado a entender parte de los mensajes que su madre le había dejado.

Quiero agradecer a María su confianza plena y su respeto absoluto. Fue la segunda vez que yo veía un alma y transmitía un mensaje. Pude hacerlo gracias a su paciencia y comprensión.

Un tiempo más tarde aparecería su padre. Ese, es otro relato que os contaré con gusto después de este.



                                            FOTOGRAFÍA DE LOS POSITS QUE ESCRIBÍ PARA MARÍA.

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