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"El alma ve más allá que los ojos; asómate y mira."

Ana Brau

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    De nuevo, una noche de Julio. Me acompañaba el mismo amigo con el que hablaba la noche de los jardines del Ebro.

    Pobre Gentil nunca le hablé de nada de esto. Gentil, si te pasas por aquí… espero que te guste.

    Sentados en un banco de la puerta de la Biblioteca de La Rioja, escoltados por nuestras respectivas bicicletas empezó a oler muy intensamente a tabaco.

    “Ya estamos” –pensé yo.- Giré la cabeza lo mínimo para poder ver a un alma de lo más curiosa.

    Era un hombre moreno, muy moreno. Engominado hacia atrás. No le quedaba mucho pelo pero lo lucía de forma muy orgullosa. Vestía una camisa abierta y de su pecho colgaba una cadena de oro. Parecía de raza gitana.

    Con las piernas cruzadas fumaba y me hablaba sin parar. Se lamentaba. Él mismo contestaba a sus propias preguntas y de vez en cuando me miraba para comprobar que le estaba viendo.

    Con los ojos como platos continué como pude la conversación con Gentil. En seguida, encontré el momento de coger mi moto de pedales e ir a casa.

    Eran las tres de la mañana de un verano que se presentaba la mar de interesante.

    Pasaron los días y de nuevo, lo dejé pasar. La cosa empezó a ponerse fea. El no atender a Víctor hizo que padeciera una tos impresionante. Como si fuera una fumadora profesional.
    Mi madre, a la que le había contado esta visión, supo localizar y dar nombre a este hombre. En vida, se hacía llamar Víctor. Había sido compañero y amigo de mi abuelo.

    Una tarde en la que mi propia tos me asustó decidí enfrentar esta situación.

    De manera instintiva, cerré la puerta de mi habitación. Encendí la lámpara de sal. Y me conecté con aquel hombre.

    Una vez apareció, se sentó en mi cama. Fumó. Acto seguido comenzó a sollozar. Dijo que quería hablar con mi abuelo. Yo, hasta ese momento no sabía que también podía hacer eso. ¿Puedo dar mensajes de un alma a otra? Sí, al parecer sí.

    -No por el hecho de estar muerto quiere decir que puedas estar con todos los muertos. Yo les llamo almas, me parece una expresión más amable.-

    Pero, como decía, cada alma lleva su proceso y su trabajo. Y en este caso, Víctor acudió a mí para poder hablar con mi abuelo.-

    Sin haber dejado de sollozar y sin mirar a los ojos a mi abuelo, quien también se encontraba sentado en mi cama, le confesó que había estado siempre enamorado de él. Mi abuelo sonrió. Recibió el mensaje y le dijo: “Víctor, yo te he querido tanto como tú. Pero en esta vida no me tocaba amarte de esa manera.”

    Víctor le miró. Sonrío. Comprendió lo que mi abuelo le decía y se disipó su pena. Me dio las gracias y se marchó a la luz para continuar su viaje.

    Yo, totalmente boquiabierta le despedí con cariño.

    Aquella tarde supe que estas historias, y digo estas porque sabía que todo acababa de empezar, las quería contar o plasmar de alguna manera. Aquí estoy, relatándolas lo más honestas posible.

    Aquella tarde aprendí, entre otras cosas, que las almas necesitan comprender aquellos secretos, dolores o preguntas que no han contestado en vida para poder seguir trascendiendo.

     

    Gracias Víctor, me dejaste un poso de aprendizaje y mucho amor. Gracias también por quitarme esa tos de fumadora record.

     





     
    Diseño de Ana Brau UribeFOTOGRAFÍA DEL BANCO DONDE CONOCÍ A VÍCTOR. PUERTA DE LA BIBLIOTECA DE LA RIOJA.

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    Ya no era primavera. Recién había llegado el verano. A la edad de 17 años  esta fue mi tercera experiencia con las almas.

    Era una noche de Julio. Estaba junto a un chico, Gentil (así se apellida y así es conocido), tumbada sobre los jardines del Ebro.  Hablando sobre nosotros, sobre la vida y sí, lo confieso, algún beso que otro se escapó.

    Lo que pasa es que el contraste entre aquellos besos y lo que vi fue gélido.

    De repente empecé a ver a cientos de niños. Almas. Niños que se habían ahogado, muchos de ellos, no todos. Niños que buscaban desesperadamente a sus padres.

     Recuerdo uno que me impactó especialmente; aquel niño vestía un pantalón corto, un polo y en su mano sostenía un cubo y una pala. Entendí al instante que se había caído al Ebro y había muerto jugando.

    Fríamente me pareció una historia preciosa. Pero no estaba precisamente para “poner la mente fría”.

    Recuerdo que aquellas imágenes me impactaron tanto que ya no hubo más besos. De hecho, no recuerdo cómo llegué a casa.

    No dije nada hasta el día siguiente.

    Tengo la gran suerte de poder compartir estas vivencias en casa con libertad.

    Mi madre en seguida comprendió que debía bajar a escuchar a aquellos niños. En ese momento mi pensamiento fue: “Baja tú, no te jode”. Fruto del miedo que tenía, claro, nunca le hablaría así a la señora Amaya.

    No le hice caso. Seguí con mi vida. Por aquel entonces participaba en la grabación de una película, “Bambalina”, era un proyecto que estábamos llevando a cabo durante los meses de verano en Logroño entre un grupo de amigos.

    Los días fueron pasando y en mi cuerpo empecé a sentir una sensación de ahogo angustiosa, terrible. Tenía miedo.

    Durante los días recordaba a aquellos niños y sentía como si yo fuese quien se estuviese ahogando.

    Aprendí con esta vivencia que tengo la obligación de atender y ayudar a todas las almas que así me lo pidan.

     

    Era domingo. Llovía un poco. Le pedí a mi madre que me acompañara y se quedara paseando por allí, cerca, hasta que acabase de hablar con aquellos niños.

    Así lo hicimos.

    Se estaba metiendo el sol. Llegó la noche. Me senté en el mismo lugar donde les vi por primera vez.

    Allí seguían. Algo menos angustiados. Y es que cuando les concedes un espacio para hablar y, sobre todo, para escuchar qué necesitan y cómo se sienten, automáticamente ganan luz.

    Empecé uno por uno. No recuerdo cuál fue el primero pero les fui comunicando que ya no formaban parte de este plano, que habían muerto. Muchos de ellos no lo sabían.

    -Esto (el no ser consciente de que estás muerto) sucede cuando mueres a causa de lo que yo llamo “una muerte violenta”, a día de hoy, conozco tres tipos de muertes violentas. Las muertes violentas son aquellas que no dan tiempo al cuerpo (físico) para entender que se está yendo, es decir, no les alcanza el tiempo para prepararse. Al contrario que cuando se muere por causas naturales o por una enfermedad, en la cual, independientemente de la duración que esta tenga, la persona transita un proceso en el que se conciencia de que dentro de un tiempo se marchará de este plano.-

    Lo que pasó a continuación fue realmente mágico. Las almas que se liberaron y comprendieron que ya no tenían nada que hacer en este plano, me dieron las gracias y dejando un sendero de luz totalmente blanca, se fueron en dirección a las estrellas. Así fue. Cada una eligió su estrella o volvió a su lugar de origen. De nuevo se repite la idea que hasta entonces para mí era “romántica” de tener una estrecha relación entre las almas de los difuntos y las estrellas.

    Al acabar hubo un  grupo de niños que me dieron las gracias, me dijeron que no necesitaban nada más y que no volverían a “molestarme”, ellos decidieron quedarse por aquí; bien acompañando a sus familiares o bien haciendo otros tipos de trabajo, los cuales desconozco.

     

    Y así fue como ayudé a trascender a los peques del Ebro.

    Acabé la sesión destrozada. Entrelacé mi brazo con el de mi madre y me metí en la cama. Agotada y en paz.

    Había pasado miedo pero a cambio había visto una imagen bellísima.

    Almas puras viajando a  las estrellas. Ojalá algún día pueda ver esta fotografía como un fotograma formando parte de una película. O en un cuadro.

    Quizás esté bien darle las instrucciones a mi amigo Gabi para que pinte a  las almas de Ebro en aquella noche estrellada de Julio.

     
    PUENTE DE PIEDRA AL ATARDECER. LOGROÑO.

     
    VENTILACIÓN DONDE ESTABA TUMBADA CUANDO CONOCÍ A "LOS NIÑOS DEL EBRO".



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