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"El alma ve más allá que los ojos; asómate y mira."

Ana Brau

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    Volvemos al verano de 2018. Después del rodaje de Bambalina llegó “El interrail”; París, Bruselas, Ámsterdam y Berlín temían por nuestra visita. Visita de cuatro adolescentes que un día de Julio salieron en el autobús Alsa dirección Madrid para volar a las románticas noches de Paris. Románticas no fueron pero mis compañeras de viaje y mi abuelo las hicieron de lo más interesantes.

    El hostal donde dormíamos era sencillo. Limpio, o eso quise pensar.

    Los dos primeros días con sus dos primeras noches fueron normales, divertidas. Turismo adolescente. Y, ¿Qué es eso de turismo adolescente? Bueno, pues callejear sin prisas ni horarios, hablar con todo el que se pusiera por delante, hacernos trenzas frente al Louvre, bailar acompañando a una chica que cantaba en notre-dam, visitar el museo de arte moderno, perdernos de camino a montmartre, comernos un crepe del tamaño de nuestra cabeza. Recuerdo que una de las chicas estaba muy orgullosa de un abrigo rosa precioso que se había comprado y no había forma de hacer que se lo quitara ni por un segundo. Casi le da un golpe de calor. Recuerdo también que otra de ellas se compró unas botas Martens de purpurina negras… y claro yo solo podía odiarla por semejantes adquisiciones.

    Y tras estas hazañas y muchas más llegó; “La última noche”. O bien podríamos llamarla: “La bruja de París”.

    Eran las siete de la tarde. Desde que llegamos el primer día, el lugar había ganado ambiente. Aquella tarde estuvimos jugando a las cartas en las mesas de tablerillos de madera que había en el hall. De repente una de las cuatro entabló conversación con un chico argentino muy simpático. No recuerdo su nombre. Nos contó que viajaba solo y que estaba haciendo, como nosotras, una ruta por Europa.

    Una conversación llevó a la otra y no sé cómo (como siempre ocurre) le dijimos que arriba en la habitación yo tenía unas cartas de tarot y que sabía leerlas. Nuestro nuevo amigo argentino, incrédulo me pidió que se las leyera. Al principio me negué. Pues nunca he sentido la necesidad de demostrarle nada a nadie en lo que a este tema respecta. Pero tanto insistió que las cogí y volví a sentarme con ellas en la mesa de las tablillas de madera. No recuerdo con exactitud lo que le dije. Recuerdo que le dije que había decidido viajar solo por un conflicto grande que tenía con su padre. Cuando acabé de darle la información levanté la cabeza de las cartas para mirarle. Nuestro amigo argentino había bajado tres tonos el color de la piel. Estaba blanco. Hacía ya más de quince minutos que no había hablado ni una palabra. Raro. Miré a mis amigas que aguardaban en silencio. Nuestro amigo argentino se levantó, me miró, dijo: “buenas noches” y se fue.

    Nos quedamos las cuatro sentadas alrededor de la mesa de tablillas respirando lo que habíamos vivido. De repente veo detrás de una de las chicas el alma de un hombre. No estaba disgustado pero sí oscuro. Es decir, no tenía la luz suficiente para seguir trascendiendo. Se lo dije a ella. De sus mejillas se resbalaban lágrimas que me dieron la información de que sabía de quién hablaba. Nos explicó que se trataba de su tío. Había sido todo muy rápido y sentía que no se había despedido de él. De alguna manera no quería “dejarle ir”. Yo le expliqué que dejarle marchar, liberarle, despedirle (como lo queráis llamar) no quería decir que dejara de estar a su lado. Si no que él podría continuar haciendo su trabajo. Con muchas lágrimas y mucho amor le despedimos. Justo después de esto entra por la puerta del hostal una mujer. “La bruja de París.” Dirige la mirada directamente hacia nuestra mesa. Clava los ojos en mi y se sienta con nosotras. Coge mi mano y comienza a leerla. Habla de que mi oficio iba a ser, ser actriz, de lo mucho que tenía que cuidar mi cuerpo, de que podría profesionalizarme con el tema de las cartas y las almas… (Y aquí estoy) Y mil mensajes más.

    Cuando acabó me miró directamente a los ojos. Traspasándome hasta el alma. Así es como estaba acostumbrada a mirar yo pero nunca había experimentado la sensación de que me lo hicieran a mi, bastante desconcertante. Me dijo: “Ahora léeme las cartas a mi”. Tragué saliva. Subí a preparar la habitación para la lectura de cartas, yo sabía que necesitábamos un lugar reservado. La lectura fue muy intensa. Después de ver que sufría malos tratos por su marido, vi que estaba enferma. Levanté la mirada y se lo dije. Asintió. Me dijo que tenía cáncer y me preguntó si iba a morir. Le dije que sí, que era lo más probable. Me dio las gracias y se fue. Me tiré al suelo. De rodillas lloraba de angustia, demasiada intensidad. No entendía por qué le tenía que dar esa información. No me había pasado antes. Luego mantuve una sabia conversación conmigo misma. Me dije: “Ana parece mentira que seas tú la que ve las almas y te hayas puesto así por ver que una persona se va a morir.” Más tarde, gracias a mi diálogo interno comprendí que yo doy los mensajes que la persona en cuestión me da a mi. Es decir, yo solo interpreto y canalizo la información que la persona lleve consigo. Es un proceso sencillo aunque no estemos acostumbrados a hablar abiertamente de él.

    Aquella noche fue emblemática. Decidimos no dormir allí, se había concentrado una energía muy rara. Bajamos las escaleras del hostal a hurtadillas deseando no encontrarnos con la bruja de París, de repente nos empezó a dar mucho miedo aquella situación. Digamos que un miedo alimentó otro y otro y así las cuatro salimos por patas y callejeamos hasta llegar a la estación de autobuses para viajar a Bruselas. Hicimos noche en la estación, durmiendo por turnos. Somos unas teatreras de cuidado.

    Es probable que me haya dejado algún detalle de contar o que me haya confundido en algún dato, fue tan intensa la experiencia que tengo ciertas lagunas.

    Gracias  abuelo por habernos cuidado tanto en todo momento. Durante la lectura de cartas con la Bruja de Paris se mantuvo firme a mi izquierda dándome fuerza y luz.

    De madrugada nos montamos en el autobús. Recuerdo que apenas pude dormir. Una vez que se marchó el miedo quedó la fascinación, la gratitud y las ganas de compartirlo con alguien, hoy con vosotros.

    Nunca más supe nada de aquella mujer. Muchos días la siento conmigo, así que más de una vez he pensado que quizás murió. En cualquier caso, siempre que la siento conmigo le doy las gracias y le pido ayuda. Al fin y al cabo es un ángel más que me acompaña.

     

     
    UNA NOCHE EN PARIS.

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    De nuevo Julio de 2018. El equipo de técnicos de la película “Bambalina”, nos preparamos para grabar la siguiente secuencia. “Silencio, vamos a grabar”. “Claqueta”. “Acción”. Localización: cementerio municipal de Logroño.

    Éramos un grupo de  jóvenes emprendedores, comprometidos y trabajábamos para sacar adelante el proyecto de un amigo.

    “Corta, está entrando mucho ruido”. Esto es lo que pasa cuando grabas en exteriores y no tienes dinero para cortar una calle para ti. Lo hace más entretenido sí, pero producción tiene que volver a cambiar los horarios.

    Aquella vez paramos porque una banda de músicos acompañaba el ataúd de un hombre que llevaban a enterrar. Y digo hombre porque tuve la suerte de verle en aquel momento. Ese hombre me dio una gran lección  aquella tarde.

    Los familiares y amigos acompañaban entristecidos y cabizbajos el ataúd. Él bailaba gozoso y  libre, al ritmo de las trompetas y los saxofones. Yo me juré en aquel momento que también bailaría así mi muerte. (Espero que me pongáis música.)

    Me resultó impactante pensar lo que unos a otros nos enseñamos a medida que vamos creciendo. “La muerte es una gran pérdida.” “Ya nunca más vamos a volver a ver a esta persona”. “No me pude despedir.” “Siento culpa por haber hecho o no esto o aquello.”

    Es cierto que es impactante,  triste y doloroso perder a un ser querido. Sobre todo cuando la causa no es la propia naturaleza de la vejez, si no, cuando nos referimos a gente joven; una enfermedad, un accidente, un suicidio…etcétera.

    Creo que es necesario transitar un duelo, despedirnos, hacernos a la idea de que la relación tal y como la conocíamos cambiará por completo. Transformándose en algo totalmente distinto, desconocido, incluso puede que ajeno a nosotros. Pero, después de ver aquello, yo me hice las siguientes preguntas; ¿Por qué siempre nos lamentamos cuando una persona muere? ¿Por qué obviamos la naturaleza de que la gente (incluidos nosotros) morirá algún día hasta que muere?

    Aquel hombre estaba feliz, liberado, ¡Contento!

    Esto me hizo reflexionar mucho acerca de cómo vivimos  la experiencia de la muerte. Desde mi punto de vista, de forma un tanto egoísta. El alma que al final es la protagonista del evento, está feliz, liberada. ¡Ha trascendido! En otras palabras: ¡Se ha pasado la pantalla! ¡Por qué imaginarnos que se crea un vacío que no podremos llenar nunca!

    Bien podría conectar esta historia con la experiencia de Bego,  madre de Alejandra. Experiencia que podéis leer en la entrada: “Este baile es para ti.” Aquella mujer estaba totalmente dividida en dos. Por una parte yo veía su cuerpo. Bellísimo. Envejecido. Casi apagado. Y justo a los pies de su cama estaba su alma, deseando que acabara ese proceso para poder moverse tanto como a ella le gustaba. El alma conservaba la esencia de la mujer que había sido. Su sentido del humor, sus ganas de seguir viviendo experiencias. Exactamente igual que este hombre.

    Y como a mi, a mucha gente se le ha concedido la capacidad de ver, hablar y comunicar mensajes de almas y seres. De hecho, creo  que no tiene más misterio que el de estar conectado con la esencia de uno mismo y dejar a un lado el miedo y el juicio. Hacer borrón de todas aquellas voces que con tanto miedo nos marcan desde pequeños: “No digas tonterías.” “Ahí no hay nadie.” “Cuánta imaginación tiene esta hija.” “Eso es cosa de brujas.” “No hables de eso, a mi esas cosas no me gustan.” “Estás engañando a la gente.” “Cómo puedo asegurarme de que no mientes.”

    Hacer oídos sordos a esas palabras. Quemarlas, acabar con ellas. Y al que dice: “Si es verdad que ves cosas, dime qué ves en mi”, (con un tono desafiante y repugnante) mostrarle una sonrisa y compartir con él parte de nuestra  luz. Porque no tenemos que demostrar nada a nadie. Podemos ofrecer información y ayuda, pero solo eso, ofrecerla.

     ¡Cuántas veces me he mordido la lengua para no decir lo que veo. Cuántas veces he estado tentada (totalmente desde mi ego) de decirle a alguien: “Pues sabes qué, tu padre te dice que no sé qué… “ o “Anda calla, que tienes a tu abuela contenta.” Esos impulsos los he cortado y desechado porque las almas y los mensajes que necesitan que transmitamos son SAGRADOS. Y solo desde la pureza y la bondad deben ser transmitidos. No creo en ningún otro método que nazca desde un lado oscuro.

    De nuevo os invito a que nos abramos. A que no juzguemos lo que escuchamos o sentimos. A que no nos forcemos. Y por dios, que la muerte es una gran liberación del cuerpo. Y sobre todo, no porque la persona  muera quiere decir que no voy a estar con ella nunca más.

    Es muy divertido cuando en las sesiones la gente me dice: "Dile que lo siento", y yo les digo: "No, díselo tú, que está aquí mismo."

     Háblale. Siéntele. Pídele consejo. Y si tú no puedes, si te da miedo o crees que no eres lo suficientemente “sensitivo” acude a gente que te pueda ayudar. Porque SÍ es posible.  SÍ hay gente que puede comunicarse.

     



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