LA HISTORIA DE LAURA Y MANUEL.
enero 03, 2022Era una mañana fresquita de finales de agosto, de las que no
abundan.
Media hora antes de comenzar una sesión recibo una llamada
de Carolina.
Había conocido a Carolina hacía justo una semana. Estuve en
su consulta por recomendación de un amigo. Ella es osteópata, sanadora;
Conectamos muy bien e intercambiamos nuestros teléfonos.
Carolina fue breve;
cedió la llamada a Laura.
Al otro lado escuché a una mujer fuerte y rota al mismo
tiempo. Laura, había perdido a su marido Manuel hacía menos de un mes. A Manuel
le había tocado marchar con 46 años.
Ya sé que estáis pensando que a quién le puede tocar marchar
con esa edad, pero si sigues leyendo quizás podamos contestar a eso.
Laura, como quien habla anestesiada a causa de un
agotamiento mental producido por el dolor de una pérdida tan cercana, preguntaba
con voz tenue y a la vez segura, si existía alguna posibilidad de que yo
pudiera comunicarme con Manuel.
Al escucharla hice lo que hago siempre en estos casos,
preguntar. Es como si lanzara mi pregunta al aire en búsqueda de esa alma. En
ocasiones, cuando la persona se acaba de morir, su alma necesita tiempo para
mantener una conversación, o todavía no sabe que ha fallecido y que no
pertenece a este plano… Pero Manuel si estaba. Le contesté que sí.
Cuando colgué aquella llamada me invadió el terror por un
momento; miles de preguntas de mi ego paranoico y escéptico empezaron a bailar
en mi cabeza y a alimentar los monstruos que con tanto trabajo desactivo cada
día: ¿Quién eres tú para darle voz a un hombre que se acaba de morir? ¿Te crees
lo suficientemente especial como para hablar por medio de él con su viuda? ¿Y
si le haces daño a esa pobre chica? ¿Y si todo esto te lo estás inventando?
Esta última pregunta es la más peligrosa, la que más quema y la que más
destruye. Afortunadamente he aprendido a desactivar estas bombas, y solo fue
cuestión de minutos poder contestar a estas dañinas preguntas. Sí, soy lo
suficientemente especial y confío en el canal que se me ha otorgado y abierto;
Soy una chica de 20 años capaz de comunicarme con las almas; Es imposible que
pueda hacer daño a esta chica porque hablaré desde el lenguaje del corazón; Sé
que no me lo invento porque Manuel está aquí ahora mismo ayudándome.
De repente me invadió un chorro de luz de esos que emergen desde dentro y se
irradian por todos los poros de tu cuerpo y me puse muy feliz al ver el super
reto que tenía delante de mis narices. Era la primera vez que acompañaba de
forma tan directa en una pérdida.
Quedamos esa misma semana, fue un domingo por la tarde. Laura
me envió la dirección de su casa. Normalmente me gusta trabajar en mi espacio
pero prefería estar en el entorno de Manuel, sentirle todo lo cerca que
pudiera.
Esa semana Manuel estuvo conmigo durante muchas horas,
inspirándome confianza, dándome permiso y a través de mi, recordando claves de
su vida que le habían llevado hasta ese estado.
Cuando llegué a la casa me quedé petrificada. “Mi trabajo es
maravilloso”, pensé, y se me escapó una carcajada.
La semana anterior yo había estado dentro de un coche afuera
de esa misma casa contemplando el paisaje; y es más, semanas antes había
visitado por primera vez ese mirador y me había enamorado de aquella casa y de
aquellas vistas, no podía ser casualidad. Busqué a Manuel en ese espacio infinito
en el que viven las almas y se reía como quien se ríe cuando le han pillado haciendo
uno de sus trucos.
Me sentí agradecida. Bajé del coche y busqué con la mirada a
Laura. Ella aguardaba en la mesa del jardín con las piernas cruzadas, el puño
cerrado sosteniendo el mentón, el cabello negro largo campando a sus anchas por
la espalda y la mirada perdida.
Reconozco que después de hacer esa observación tragué saliva
para no montarme de nuevo en el coche e irme. Me mataba ver a aquella mujer tan
grande y tan rota. Confié en Manuel y le pedí por favor que no me dejara
tirada.
“¡Hola Laura!”, dije con un tono alegre, sin pensar, como
ese tono de voz que aparece cuando estás hablando tu lenguaje y nadando en tu
elemento. Activé el lenguaje del corazón y… ¡Para adentro!
Estuvimos en el jardín. Laura me ofreció una maxi-infusión y
saqué mi cuaderno verde, las cartas aquella tarde no harían falta.
Manuel estaba deseoso de comunicarse con su querida esposa.
Me abrumaban todos los mensajes y los sentimientos que canalizaba de amor, puro
amor. Pocas veces había visto una relación tan intensa y tan pura.
Ya hemos hablado más de una vez que lo que los cuerpos sienten en vida y cómo se
manifiestan o demuestran, no tiene por qué coincidir al cien por cien con los
sentimientos y emociones que se posan cuando uno o los dos mueren. Hay
relaciones que con la muerte de ambos se acaba, pues lo que tenían que
experimentar y vivir se queda ahí. En otras palabras, ya se ha sanado o
trabajado. Pero este no era el caso de Laura y Manuel.
Manuel estaba un poco desconcertado, quería relacionarse con
ella como siempre. Añoraba tocarla, besarla, abrazarla, sentirla de una manera
más terrenal. No tuve que decirle nada, fue él quien se dio cuenta de que eso
ya no podía ser y sería mejor buscar otros modos de expresión. Por su lado, Laura
carraspeaba impaciente, temerosa y me atrevería a decir que algo incrédula.
Dije algo que siempre se me olvida, porque para mi es
evidente; “está aquí”, le señalé un punto en el espacio. Las almas van y vienen
a su antojo, pero es verdad que si las ubicas en una dirección o en un punto lo
suelen respetar, supongo que para no volverte loca.
Una de las primeras preguntas de Laura fue: “por qué”; aquel
por qué encerraba incomprensión pero también dolor, miedo y enfado. De alguna
manera no comprender lo que había ocurrido le hacía sentir un tanto abandonada.
Manuel empezó a revelarnos cómo había sido su viaje. Nos
dijo cargado de emoción que ahora estaba comprendiendo muchas cosas que nunca
se había llegado a plantear; nos contó que no había cuidado su cuerpo, había
abusado de él; a través de esfuerzos físicos y mentales; no había sido
consciente de que le habitaba un alma maravillosa.
Después de dejarle hablar un rato, volví en mi y posé mi
mirada en Laura para ver cómo estaba recibiendo todo aquello. Entendía todo lo
que le estaba diciendo pero insistía, “pero, por qué se ha ido”. Entonces le
miré a los ojos y con mucho tacto le expliqué que funcionamos así. Vivimos aquí
para tener esta experiencia y para aprender a cuidarnos, de alguna manera para
llegar a nosotros mismos. Y además, existen unos tiempos y unos plazos y a Manuel se le vencieron esos plazos. No tengo todas las respuestas y no sé por qué no a
todo el mundo se le vencen los plazos a la vez o de la misma manera.
También traté de explicarle que lo que Manuel había
experimentado era un regalo y un aviso para ella. Fui consciente en todo
momento de las palabras que estaba utilizando y de las circunstancias por las
que atravesaba mi receptora pero el mensaje era claro.
Manuel seguía hablando sin titubeos. Decía: “Te permito que transites un duelo
pero no te permito un luto”, me encantó aquella frase, se la repetí a Laura un
par de veces más durante nuestro encuentro y también en los encuentros
siguientes.
¿Cuál es la diferencia? Transitar el duelo por una pérdida,
ya sea una muerte, una separación, el final de un ciclo… es necesario, forma
parte de oxigenar y curar una herida, mientras que arrastrar un luto es cargar
con una cruz, una cruz que puede que sea nuestra pero ¿Por qué tenemos que
cargar con una cruz? Nuestra cultura, en especial nuestra religión nos habla de
cómo tenemos que llorar, enterrar y preservar en la memoria por siempre jamás a
nuestros muertos. Y yo os pregunto, qué pasa, ¿que solo puede resucitar
Jesucristo? ¿Sólo podemos alegrarnos por su resurrección? ¿El resto de los
mortales nos morimos para siempre? Pues
lo siento, no.
Con esta frase Manuel le exigía a Laura que fuera fuerte, que se permitiera su
llanto, su duelo pero que no se encerrara en esas emociones. Porque el no
aferrarse al dolor conlleva un obstáculo casi infranqueable para mucha gente:
¿No debo sentirme triste por la muerte de mi marido? ¿Debo de sentir culpa si
no expreso o siento tanta tristeza como dicen que hay que sentir? Cuando
empiezas a cambiar patrones y conceptos aparecen las resistencias a la nueva
información y de la mano de ellas, las culpas. Por favor, huyamos de estos
mecanismos, un mundo nuevo es posible tan solo si eliminásemos estos
automatismos.
Las respuestas iban llegando y la información iba calando en
Laura. Fue maravilloso trabajar con ella porque estaba dispuesta a aprender.
Me explicó que cuando estaba malito, la semana en que murió,
compró unas velas blancas y las puso en casa. Yo no pude evitar reírme con
dulzura. Le expliqué que con ese acto le ayudó a que se marchara.
“¡Cómo!”, exclamó con el gesto desencajado. Sí, yo hago poner velas a los
familiares que acompañan a enfermos terminales para alumbrarles en el viaje. –
Contesté.- Manuel se hubiera ido de todas formas, no te castigues porque no
precipitaste nada que no fuera a ocurrir. Esto nos confirma que tienes una gran
intuición que tienes que dejar salir.
Tras unos cuantos sorbos a mi menta-poleo, le dije que una vez contestadas
algunas preguntas acerca de Manuel, tendríamos que hablar de su trabajo
personal.
Tienes que recoger el
regalo que te ha dejado Manuel. Él yéndose ha despertado, a ti, te toca
despertar con su ausencia. La vida funciona así. Te da toques, llamadas de
atención hasta que algo te hace reaccionar. No provoques un toque de atención
más personalizado, bástate con el que le ha tocado a tu compañero.
Hay personas que aprenden a partir de golpes y hay personas que son lo
suficientemente sensibles como para aprovechar los golpes de otras personas
para su propio aprendizaje.
Se había echado la noche, de repente comencé a sentir frío, había retornado por
completo a este plano. Sentí que nuestra sesión por hoy había concluido.
Me dijo que quería volver a verme, yo le contesté lo que
siempre contesto en estos casos; “escríbeme cuando quieras pero voy a hacer
todo lo posible para que sigas avanzando sola, el trabajo es tuyo”.
Estaba pletórica, sentía que mi lenguaje del corazón había sintonizado a la
perfección. Es extraño de explicar pero era como si hubiera formado parte de su
cuerpo por dos horas y le hubiera compartido un montón de luz para que ella
despertara la suya propia, su propia fuente de conexión y conocimiento.
Hemos seguido viéndonos. Sesión tras sesión Laura avanza a
pasos agigantados, ahora mismos podría decir y digo que es uno de mi arquetipos
de mujer a las que admiro.
Lo que más me enorgullece y emociona no es que Laura y
Manuel puedan seguir comunicándose y amándose, lo que más me emociona es que
estas navidades han celebrado las fiestas en familia; le han colocado una vela
gigante en forma de estrella sobre la mesa para tenerlo presente. Han
encontrado su lenguaje propio, su forma de hacer puente para comunicarse con él
de corazón a corazón, de alma a alma.
Agradezco la ayuda que he recibido por parte de Manuel para
escribir este post, agradezco que Laura me haya abierto las puertas de su casa,
de su cuerpo y de su duelo.
Gracias.
8 comentarios
✨
ResponderEliminarMe encanta la historia de Laura y Manuel!!!! Gracias por tu acompañamiento y tú don para comunicarnos con el lado que habitan las almas que ya no están en el plano físico. Me emociono al leer!!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias a ti por recibirme y manifestar tu sentir.
EliminarMe encantaría que no fueras anónim@!
Gracias Ana, por compartir a través de tu blog tantas vivencias y mostrar con naturalidad la grandeza del alma. ✨✨
ResponderEliminarGracias gracias a ti por percibir de esta manera tan bella mi trabajo.
EliminarEmocionante, gracias por compartirlo, tu don es maravilloso.��
ResponderEliminarGracias por compartir estas maravillosas experiencias y tu don.
ResponderEliminarGracias
Creo que esto pueda existir , o tengo afán de dañar a nadie y me disculpo de antemano … pero realmente esto es verdad? Perdí varios seres queridos en un lazo de tiempo muy corto y buscaba Justo esto y me encontré con gente charlatana .. y de ahí se me quitaron las ganas de preguntar y deje de creer .. relamerte podrías asegurarme …
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