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LA MADRE DE MI AMIGO LUIS

julio 21, 2021

 


 

Pongamos que todo empezó con una sincronía. Pongamos también que eran las nueve y  media de una tarde del mayo de 2018. Línea diez de metro (la de color azul oscuro), dirección príncipe pío, desde plaza de España, una única parada.

Para Luis, eran tres paradas, destino Batán.

En ese momento me llega un mensaje, era una foto de Sanford Meisner. Días antes habíamos estado hablando de diferentes técnicas y maestros y este hombre fue especialmente sonado en nuestra conversación. Tras ese mensaje llegó otro mensaje. Otra foto; era una foto de Luis haciendo una mueca graciosa. Vi que estaba en el metro. Qué casualidad, pensé. Pero aún habría que rizar más el rizo para introducir esta historia. Estábamos en el mismo metro a un par de vagones de distancia. Dejé pasar mi parada y fui a buscar a Luis. Llegué a un vagón repleto de personas y vi una cabeza rizada, ahí estaba. Se levantó riendo y bajamos en la siguiente parada. No era ni la suya ni la mía. Llegamos a Lago. ¿Un lago? ¿En el centro de Madrid? Así es. Fue un gran descubrimiento. Aquel lugar maravilloso más tarde se convertiría en un sitio al que acudir para tomar un respiro, pedir  auxilio o soltar alguna lágrima.

Caminamos por el paseo de piedras hasta que un banco con vistas nos encontró.

Luis, cargado con, por lo menos, tres bolsas de compra, sacó de dos diferentes unos palitos salados de pan y una especie de crema de caramelo, creo recordar que se llamaba “Dulce de leche”, deliciosa por cierto.

Fue cayendo el sol y Luis se levantó dirección a la barandilla del lago. En aquel momento pude ver el alma de una mujer que le acompañaba. Creo recordar que le pregunté por su madre y me dijo que había fallecido no hacía muchos años. Tragué saliva e interioricé para mis adentros que durante esos días posiblemente tuviera visita.

Nos despedimos. Y guardé esa tarde en mi interior como un auténtico regalo.

Dos días después en mi habitación, como ya era habitual, apareció una almita. Era la madre de Luis. Estaba agitada y muy habladora. Muy diferente a cómo yo la había visto en el lago. El mensaje fue rápido; “Regálale un espejo a Luis. Un espejo especial.” ¿Un espejo? Pregunté yo. “Sí un espejo, porque no se atreve a mirarse de verdad así mismo.” Uau, menuda responsabilidad, pensé. En primer lugar, quién era yo para decirle a una persona semejante mensaje y segundo, ¿Un espejo especial? Así que hice un trato. Dije, vale lo hago, pero no voy a buscar el espejo, si el espejo me encuentra  mi, se lo entrego. Dos días pasaron cuando entré a una tienda donde compraba un jabón de ruda con el que me gustaba lavarme y al ir a pagarlo, en el mostrador,  vi el espejo de mano más bonito que yo había visto en mi vida (No es por ser dramática pero me pareció muy especial), además solo había uno. Me reí, lo compré y lo pedí para regalo.

Ya no había excusa.

Volví a ver a Luis como una semana más tarde. Recuerdo que quedamos para cenar algo. A mitad de la cena le dije. “Tengo un regalo para ti. Es de parte de tu madre y viene con un mensaje”. Contestó con una forma característica de su persona: “Pero qué me estás contando”. Le di el espejo, le dije que era para que, cuando quisiera, se mirara de verdad.

Mensaje enviado y recibido. ¡Qué alivio!

Pongamos que después de esto Luis y yo fuimos consolidando una relación de una amistad de lo más chula. Y el verano pasado llegó un nuevo mensaje. La madre de Luis le demandaba atención. Le dijo que por favor no le ignorara, que le dedicara tiempo y espacio.

Podéis preguntarme: ¿Cómo se le dedica tiempo y espacio a un alma? Dirigiéndonos a ellos, hablándoles, preguntándoles, teniéndolos presentes en nuestros pensamientos.

Él reconoció que llevaba varios días evitándola.  La información que recibí por parte de su madre es que tenía regalos que ofrecerle. De alguna forma, quería enviarle luz.

Cómo sería de grande  la luz, que a la semana de aquella conversación a Luis le ofrecieron una oportunidad laboral que le permitiría expandirse y crecer personal y artísticamente.

De nuevo, una experiencia que me permite reafirmar la importancia de estar conectados con nosotros mismos, con la fuente, con nuestros guías y con las personas que decidieron quedarse para acompañarnos.

Gracias Luis por haber confiado en mi; por haber recogido los mensajes y por apostar por ti y por tus sueños.

Gracias madre de Luis por haber tenido tanto carácter y no haberme dado otra opción que no fuera la de transmitir estos mensajes.

Lo último que te digo querido amigo, mírate y nunca dejes de mirarte porque lo que yo veo cuando te miro es magia.

Un beso gigante.


 


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